Mario Vergara Hernández buscaba a su hermano Tomás, Tomy, desaparecido desde el 5 de julio de 2012 en Huitzuco, Guerrero. Vi a Mario por primera vez en el cuarto aniversario del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD), en 2015. Fue un sábado, en Cuernavaca, cuando el MPJD hizo la inauguración de la Calle 28 de marzo. Mario relató cómo él y un grupo de familiares y habitantes de su pueblo, Huitzuco, estaban buscando y encontrando fosas clandestinas en la región. El testimonio fue demoledor. Apenas seis meses antes, había ocurrido la desaparición forzada de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa. Los hechos se dieron en Iguala, ciudad ubicada a 32 kilómetros de Huitzuco. Debido a la gran atención que recibió la tragedia de los 43 y al hallazgo de once fosas con 38 cuerpos en las inmediaciones de la urbe en octubre de 2014 —supuestamente de los estudiantes, información que pronto fue corregida—, cientos de personas decidieron buscar fosas en parajes donde posiblemente estarían los cuerpos de sus familiares desaparecidos.
Mario falleció en un accidente de trabajo el 18 de mayo de 2023. Estas líneas están dedicadas a su memoria, para que más personas conozcan su invaluable labor. El texto se basa en una entrevista que le hice con motivo de mi investigación doctoral en enero de 2020, razón por la cual algunos pasajes del texto están desactualizados. Aunque varios párrafos están redactados en presente, debe tomarse en cuenta que se trata de fragmentos originalmente planteados en 2020. Como mencioné, Mario y yo ya nos conocíamos y lo había entrevistado para otros trabajos. Cuando le conté del nuevo proyecto, inmediatamente aceptó ser entrevistado y, con la humildad y amabilidad que lo caracterizaban, me dijo que nos viéramos al día siguiente. En ese momento, él vivía en Ciudad de México con su entonces pareja, Ceci —quien falleció en 2021 y que fue una luz entre las sombras gracias al acompañamiento que dio a incontables familiares de víctimas de la guerra en México—, y su hija, Julietita. Haríamos la entrevista en el departamento que habitaban, pero, al llegar, me pidió que nos trasladáramos a otro lugar para conversar porque había mucho ruido. Caminamos 20 minutos hasta un parque. En el trayecto, Mario me platicó de manera informal sobre varios asuntos: información que un ex integrante del crimen organizado le estaba haciendo llegar para ubicar fosas, algunas anécdotas de las búsquedas, amenazas que había recibido recientemente y su fastidio por tener que vivir en Ciudad de México. “Ya me iba a ir a mi pueblo, pero están las cosas feas… Ayer hablé con mi hermana y me dijo: ‘No vengas. Allá estás vivo. Te contaremos las cosas que pasan acá’. Ya tengo de enemigos a gente que ni conozco ni les he hecho nada. Sólo por buscar a mi hermano. Esto está de miedo, está horrible”.

Imagen: Facebook Mario Vergara
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Mario nació el 17 de diciembre de 1974 en Huitzuco y, entre risas, recuerda que de niño quería ser Bruce Lee. “Íbamos a ver sus películas y me encantaba verlas. Siempre quise tener el cuerpo de Bruce Lee, pero hacía ejercicio 10 minutos y ya me cansaba”. Su mamá es profesora jubilada y su papá, desde chico, fue trabajador migrante en Estados Unidos “hasta que ya no lo dejaron entrar; entonces se compró unas mesas de billar y puso un billar que también era bar”. Incluyéndolo, su familia es de cuatro hermanos: “Tomy era el mayor. Él sólo estudió hasta la secundaria; entró a la prepa, pero se fue a Estados Unidos y al regresar ya no estudió. Sigo yo, que tengo una licenciatura en informática. Mi hermana Magda es profesora de primaria, y Mayra, la más chica, es ingeniera química ambiental. Ella tiene una planta recicladora en el pueblo”.
Con nostalgia, Mario recuerda que Huitzuco era un lugar diferente. “De joven yo iba a los bailes, a las fiestas. Si acaso, lo más violento era que golpeaban a alguien y lo asaltaban. Esa era la máxima violencia que teníamos. Podíamos caminar en la noche en el pueblo. Ahora no. Allá hacen tres o cuatro fiestas del pueblo al año y han ido a matar a esas fiestas. Ya mejor no se hacen bailes”. A pesar de la relativa calma en el pueblo, un evento violento marcó su juventud: “A mi papá lo asesinaron cuando yo tenía como 25; lo mataron en un pleito de borrachos. Recuerdo que iban los judiciales a la casa y le decían a mi mamá: ‘Nosotros vamos a agarrar al que mató a su esposo, pero denos dinero para la gasolina’. Mi mamá les contestaba: ‘Pues, aunque no lo agarren, no tengo para darles’. Vivíamos bien, pero limitados. Con el tiempo quisimos reabrir el caso, pero está desaparecido el expediente de la denuncia”.
Como parte de su carrera profesional, Mario hizo sus prácticas en una empresa refresquera transnacional, donde le ofrecieron un empleo, pero ocurrió el asesinato de su padre y tuvo que encargarse del billar. “Yo me pasé mi tiempo en el bar. Mi hermano hacía donas y vendía pan. Después se metió de taxista; estaba en eso cuando desapareció el 5 de julio de 2012”.
Mario señala que el crimen contra Tomy fue un secuestro. “Nos hablaron los malos y nos dijeron que querían 300 mil pesos. Hicimos la denuncia y mandaron dos agentes para negociar. Hay voces grabadas, números telefónicos, coordenadas. Un día nos lo pasaron: ‘Carnal, me secuestraron, ahí junta con la banda lo que te pidan’. Se grababan las llamadas y nosotros queríamos salir a pagar. Ese día fue muy de locura. Los asesores nos dijeron que era una grabación y que, si les pagábamos, sólo íbamos a pagar por alguien muerto. No pagamos y se enojaron más, dijeron que nos íbamos a arrepentir. Nos arrepentimos desde ese momento hasta que pasó lo de Ayotzinapa, porque entonces nos dimos cuenta de que mucha gente pagó para liberar a sus familiares secuestrados y de todas formas los mataron. Hasta esa fecha, pensar que debíamos haber pagado era una loza que nos aplastaba día a día”.
En el recuerdo de Mario, tras la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa “se hizo una bomba. Yo estaba en mi bar y veía las noticias. Mis hermanas vieron que había manifestaciones en la ciudad de Iguala y llevaron una lona con la foto de mi hermano. Muchos medios prestaron atención porque empezó a salir más gente; no eran sólo 43 desaparecidos. Las familias de Ayotzinapa encontraron un día en un paraje cinco fosas como con 30 cuerpos, pero supieron que no eran los estudiantes, porque había mujeres. Las familias que habían ido a las manifestaciones se organizaron y dijeron que debían ir a las búsquedas porque comenzaron los rumores de que alrededor de Iguala había mucha gente enterrada”.

Imagen: Facebook Mario Vergara
La prensa nacional e internacional dio cuenta de estos hallazgos. De los 38 cuerpos que se encontraron en diversas fosas en Iguala, ninguno resultó ser de los estudiantes. Por tal hallazgo, decenas de familias de personas desaparecidas se reunieron en el centro de Iguala el domingo 16 de noviembre de 2014, para subir a los cerros a buscar más fosas. “Mi hermana me dijo y nos unimos. Nosotros llevamos a tres amistades. Llegaron muchos medios de comunicación y activistas”.
Mario señala que Miguel Jiménez Blanco —líder regional de la UPOEG que se involucró en la búsqueda porque uno de los 43 estudiantes era originario de su pueblo; fue asesinado en agosto de 2015—, les impartió el primer taller de búsqueda de fosas clandestinas. “Nos dijo: ‘Vamos a ir al campo y donde vean un montoncito de tierra, vamos a escarbar; donde vean tierra de otro color, vamos a escarbar’. Ese día nos trasladamos a un paraje llamado La Laguna”.
En las fotografías y videos de distintos medios de comunicación se aprecia cómo las familias se trasladaron en varios automóviles y motocicletas a zonas silvestres. Según recuerda Mario, en el trayecto “encontramos a un señor que venía con su burrito cargando leña, nos paramos y Miguel Jiménez, que era un tipo muy bueno para hablar, le dijo que íbamos a buscar gente enterrada y preguntó si sabía algo. El señor dijo que hacía unas semanas olía a algo putrefacto, que buscáramos en cierta zona. Escarbamos y encontramos la primera osamenta”. Mario hace una pausa en su relato y después continúa: “Fue horrible. Íbamos muy contentos a buscar muertos, pero no sabíamos lo que íbamos a encontrar. Nadie nos preparó y hasta el día de hoy yo creo que nos hace daño. Sabíamos que íbamos a buscar muertos, pero nunca nos imaginamos ese olor tan fuerte, el ver un hueso y pensar que es de tu familiar… Uno tiene la esperanza de encontrarlo con vida, pero llegar ahí… fue horrible. Fue muy bonito, pero fue muy horrible. Encontramos como diez fosas. Nomás escarbábamos tantito y encontrábamos”.
Los hallazgos motivaron a los familiares a seguir buscando y esto atrajo también más atención mediática. En seguida, el colectivo de familias adoptó el nombre de Los otros desaparecidos de Iguala. “El grupo fue muy famoso porque muchos medios llegaban buscando notas sobre Ayotzinapa. Entonces llegaban, estábamos nosotros y se quedaban para registrar nuestro testimonio. Fue una bomba para los medios ver a las familias escarbando y, por eso, varias familias más voltearon a ver y se empezaron a organizar”.
Al poco tiempo, también llegaron autoridades federales, aunque “con puras mentiras”, considera Mario; según relata, obstaculizaron su participación en la búsqueda de cuerpos porque las personas buscadoras contaminaban la escena del crimen al usar el pico y la pala. Mario notó que los agentes del gobierno usaban una varilla; sin embargo, “las fosas estaban como a 60 cm de profundidad y la varilla, por muy profundo, sólo llegaba a 20 cm. Me mandé a hacer mi varilla y les demostré que, con ayuda de un martillo, enterrábamos la varilla y llegábamos más hondo”. Así, si bien hubo más hallazgos de fosas, Mario recuerda que las autoridades suspendieron el uso de la varilla cuando él atravesó un cráneo. “Yo burlonamente dije: ‘Oiga, no vaya a decir que yo maté a esa persona’. Si las vacas pasaban, orinaban y cagaban, ¿por qué no les decían que contaminaban la escena? ¿Cómo más iba a buscar? Era la única manera en la que se podía buscar”.
Los desencuentros con las autoridades continuaron, particularmente porque, según indica Mario, simulaban que gracias al trabajo gubernamental se hallaban las fosas. “Las autoridades usan perros para las búsquedas. Nosotros llegábamos y les marcábamos dónde estaban las fosas. Luego nos decían que nos retiráramos. Veías al perro para allá y para acá, todo lo estaban grabando. De pronto rascaba en la zona que indicamos y su entrenador gritaba: ‘¡Busca!’. No mames, todo es una mentira. Nosotros encontramos las fosas, no los perros. ¿Para qué hacen ese espectáculo? Eso hacían con todas las fosas. Decían que tenían un equipo especializado en búsqueda. Les dije que no, que tenían un equipo especializado en sacar cuerpos, pero no en buscar. Siempre fue mi pleito. Yo no hablo mal de quienes sacan los cuerpos, pero no están especializados en buscar”.
Junto a un reducido grupo de familiares de personas desaparecidas y algunas personas voluntarias, Mario siguió buscando fosas prácticamente diario durante ocho meses. Si bien al inicio el grupo caminaba en los cerros buscando cualquier indicio, después limitaron su búsqueda con base en la información que Miguel Jiménez recibía de parte de Jorge Popoca, dirigente de los comerciantes ambulantes en la región.
“En Iguala, me da risa, engañamos al mundo. Hablaban del equipo de búsqueda, que éramos unos chingones. Subíamos como cinco o seis personas. Un señor que ha vivido vendiendo hierbas y se la pasaba todo el día recolectándolas; señores que nada más iban a platicar o llevar comida… Decían que el equipo de búsqueda de Iguala era bien chingón”. Mario no contiene la risa al recordar esto y continúa: “Yo decía, ‘no, el día que vengan a ver el equipo, nos van a mandar a la fregada’. Había una señora que traía locos a dos señores; estaban enamorados de ella. Uno subía nomás a cantarle; se pasaba todo el tiempo cantando”. Una vez más, Mario ríe antes de poder seguir con su relato; tras unos segundos, señala que “siempre íbamos los mismos siete, diez, doce, pero un día logramos llevar a 60 personas; era maravilloso ver el campo lleno de gente buscando”.

Imagen: Facebook Mario Vergara
Sin embargo, la sonrisa se borra de su rostro cuando Mario recuerda que un día lo hicieron llorar en el Cerro del Tigre. “Yo creo que por eso tengo tanto odio al gobierno, rabia. En ese cerro, la tierra de abajo era blanca. Era muy fácil detectar las fosas. Detectamos una que tenía tres cuerpos y junto había otra que señalamos. Ese día cuatro peritos de la Procuraduría General de la República (PGR) se tardaron como dos horas para excavar un espacio muy pequeño. Dos horas y cancelaron. Le dije al agente que debían escarbar; se negó y me dijo que, si quería, lo hiciera yo. Él se fue y en quince minutos les hice un hoyo de un metro de profundidad. Había un pantalón”.
En seguida, Mario hizo una llamada telefónica a una antropóloga forense que laboraba en la PGR, quien “nos tenía mucho coraje porque publicaron una nota en Proceso en la que dijimos todo lo que hacían mal”, para informarle sobre la situación. “Me gritó que me tenían prohibido hacer eso y que no iban a sacar el cuerpo porque lo había contaminado. Yo empecé a llorar porque dije: ‘Ya la cagué, por mi culpa van a dejar a este fulano aquí’. Pasaron las horas y finalmente el agente dijo que lo iban a exhumar. Esto fue en 2015, éramos nuevos en esto; no sabíamos que podíamos exigir. En lugar de sentirse avergonzados por su mal trabajo, se encabronaban. Como si nosotros tuviéramos la culpa de encontrar gente”.
En ese contexto, Mario recuerda que una de sus hermanas conoció mediante Facebook a la familia Trujillo Herrera, quienes participaron en el MPJD y coordinan ahora la Red de Enlaces Nacionales, y los invitó a una reunión. “Quedaron emocionados con lo que nosotros hacíamos. Nos dijeron que llevaban años buscando en papeles en oficinas y llegaron a una pared: ‘Con todo lo que hemos hecho, no hemos encontrado cuerpos; ustedes están encontrando cuerpos sin buscar en documentos’”.
De igual forma, los integrantes de la familia Trujillo Herrera presentaron a Mario con quienes él define como personas de lucha. Esto le brindó experiencias inéditas. “Nuestra vida no era nada de esto; nosotros no conocíamos”. Entre estas personas, estaba Javier Sicilia. “Escuchamos hablar de él y fui al aniversario del asesinato de su hijo. Lo he acompañado varias veces después de eso. Él también apoyó a Los Otros Desaparecidos. Javier Sicilia no estaba preparado para todo lo que hizo. Javier Sicilia nunca pensó todo lo que iba a mover”. Después de eso, Mario ha estado presente en varios aniversarios del MPJD y fue testigo de las exhumaciones de las fosas de Tetelcingo. La pareja sentimental de Mario, Ceci, también es activista del MPJD. Además, forjó amistad con Miguel Ángel Trujillo. “Un día invité a Miguel a Iguala a ver lo que hacíamos, a usar la varilla, detectar el olor putrefacto… creo que eso motivó a hacer la primera Brigada Nacional de Búsqueda”.
Esta brigada se realizó en abril de 2016, en el estado de Veracruz, con familias provenientes de Guerrero, Coahuila, Sinaloa, Chihuahua, Morelos y Baja California. Mario considera que las acciones fueron posibles por el trabajo de un sacerdote católico que contaba con la confianza de la gente y por ello recibió información sobre dónde podría haber cuerpos enterrados. “Así tuvimos hallazgos porque allá está todo verde. La familia Trujillo Herrera había trabajado con las iglesias. Entonces alguien los contactó con el sacerdote y, gracias a él, se realizó la brigada”.
Las familias estuvieron en Veracruz durante dos semanas. “Iban muchos medios de comunicación y fue una bomba. Nos sentíamos presionados porque no encontramos nada durante varios días”. Por esto, Mario recuerda que los integrantes de la brigada festejaron con comida y música cuando hicieron el primer hallazgo, “pero la fiscalía del estado publicó un comunicado para decir que sólo habíamos encontrado pedazos de madera. Al final, la fiscalía sacó otro comunicado para decir que su primer comunicado fue para evitar pánico en la comunidad”. Al cierre de la brigada, se ubicaron 15 fosas donde había cientos de huesos humanos calcinados, incluidos algunos arrojados a un pozo, que el gobierno local aseguró eran sólo trozos de madera.

Imagen: Facebook Mario Vergara
Durante las últimas dos semanas de julio del mismo año, se realizó la segunda brigada, también en Veracruz. En ella, Mario denunció la negligencia, el abandono y el desinterés de las autoridades locales ante los hallazgos. En la tercera brigada, hecha en Sinaloa entre enero y febrero de 2017, él documentó el caso de una señora a quien el gobierno entregó el cuerpo supuestamente de su hijo y ella lo enterró. “Un año después apareció su hijo. Ella había enterrado a otra persona… Hay gente que recibió un cuerpo y lo cremó, pensando que era su familiar. ¿Y si les entregaron el cuerpo de mi hermano?”, pregunta.
A partir del acercamiento con los colectivos que participan en las brigadas, Mario siguió conociendo las experiencias de otras regiones. “Hace tiempo fui a Coahuila, con la maestra Silvia Ortiz, que busca a su hija Fany. Ella me enseñó a encontrar huesos calcinados. En la tarde hubo una reunión y un antropólogo del gobierno me cuestionó sobre qué estudios tenía para decirles que estaban haciendo mal las cosas. Le contesté: ‘Yo no soy nadie. No tengo estudios, pero soy bueno para caminar’. Ese día me sacó coraje. Cuando regresé a mi casa, descargué los protocolos para buscar cuerpos y me compré un esquema para aprenderme todos los huesos, pero los huesos son muy diferentes a sus dibujos”. En ese sentido, Mario recuerda que en Iguala encontró un hueso y preguntó al antropólogo de la Fiscalía si pertenecía a un humano; él aseguró que se trataba de un animal. “Al poco tiempo, en un taller del Comité Internacional de la Cruz Roja, llevaron un esqueleto plastificado. Ahí vi que ese hueso era un el omoplato. Ellos me dijeron que era un hueso de animal”.
Estas experiencias motivaron a Mario para seguir capacitándose en materia forense. En un taller organizado por autoridades del gobierno federal, escuchó a un antropólogo guatemalteco decir que “lo mejor para buscar fosas era conseguir información primaria. Yo pregunté qué era eso y cómo conseguirla. Me respondió: ‘En el campo hay mucha gente a la que enterraron; también hay mucha gente que trabaja en el campo y que se dio cuenta. Además, está la gente que lo hizo’. Mario comprendió entonces que ya trabajaba con información primaria, sólo que desconocía el tecnicismo.
“La gente nos tiene como súper héroes. No somos nada de eso, pero sí conseguimos información”. Mientras continúa hablando, señala hacia un jardín del parque en el que estamos y explica: “Si tú me dices: ‘Mario, en este lugar enterraron a una persona’, ya no es todo México; ya me acortaste el espacio para buscar. Al principio caminábamos cerros enteros. Después aprendimos que hay que usar la información”.
Unos días antes de entrevistarlo, Mario recibió un mensaje de texto de una mujer que tiene un familiar desaparecido en Mazatlán, Sinaloa, quien le preguntó cuándo iría a esa zona y le dijo: “Ustedes son muy buenos porque, cada que buscan, encuentran”. Según indica, respondió a la mujer: “No, señora, no somos buenos. Somos igual que ustedes, pero hay un muchacho que nos está dando los puntos donde se enterró gente. Busquen la información, ustedes están allá y saben quién anda mal, saben quién es amigo del amigo. Busquen esos contactos, esas cadenas”. Por esto, Mario ahora comenta a las familias que “la manera de buscar fosas es buscar información, caminar y usar pico y pala”.

Imagen: Facebook Mario Vergara
Durante una expedición en el Río de los Remedios, Estado de México, el traje de Mario mostraba la etiqueta “experto de Iguala”. Tras reír, comenta: “¿Qué expertos? Si no tenemos estudios ni nada. Hemos salido a caminar al campo y hemos encontrado, pero no somos expertos”. No obstante, reconoce que sí ha adquirido “un poquito de experiencia” a partir de haber trabajado en varias zonas del país. “Cada estado tiene su manera de operar. En Coahuila, los huesos calcinados quedan como nuestras uñas porque los echan a un bote con diésel y luego los aplastan. A veces agarras los fragmentos y se deshacen. En Coahuila no tienen la dicha de saber si ahí está su familiar porque la tecnología no puede identificar el ADN. Mientras, nosotros, en Guerrero, encontramos los cuerpos enteros”.
Las lágrimas comienzan a salir de los ojos de Mario tras decir lo anterior y continúan cuando señala: “Yo salgo al campo y me doy cuenta de todo lo que está pasando. En Tijuana, se deshizo en ácido a muchas personas; sólo quedaba una gelatina y ya no hay manera de saber quiénes eran. En Sinaloa, una señora descubrió que los cuerpos los aventaban a los cocodrilos. No queda nada. También hay a quienes aventaron al mar; si en la tierra es difícil encontrar, imagínate en el mar”. Estas diferencias en las formas de la violencia hacen a Mario advertir la importancia de no generalizar metodologías de búsqueda. Al referirse a la forma de trabajar de otra persona que busca a un familiar en la zona norte del país, Mario señala que él “presume sus búsquedas en drones porque en la zona donde él lo hace, dejan a la gente arriba, pero en Guerrero la gente está enterrada. El día que llegó con sus drones y nos dijo que era la tecnología adecuada, yo dije, ‘pues no’. También llevaron un georradar, que puede servir en terrenos limpios y planos, pero no en el cerro, no en un bosque. Son herramientas, pero hay diferentes contextos”.
La cuarta brigada nacional de búsqueda tuvo un carácter especial para Mario, puesto que se llevó a cabo en Guerrero, específicamente en el municipio de Huitzuco. A lo largo de la segunda mitad de enero de 2019, cerca de 200 personas —entre familiares y personas voluntarias— se dedicaron a la búsqueda de fosas clandestinas y a sensibilizar a la población en escuelas e iglesias. De las múltiples experiencias de esa brigada, Mario recuerda que él y Miguel fueron “a un pueblo en el que sacamos varios cuerpos. Fuimos solos y nos aventuramos hora y media en un camino de terracería. Nos pudieron haber matado”. De hecho, las y los brigadistas tuvieron que cancelar sus actividades en varias zonas debido a que recibieron amenazas anónimas. “Me llamaron para decirme que no me metiera en Cocula ni en Iguala”, dice Mario. Además, durante la Brigada quedó evidenciada otra vez la negligencia de las autoridades cuando él mismo les indicó una cueva en la que había un cuerpo: “Tenías que subir durante tres horas en el cerro. Iban como 60 personas del gobierno y no subieron ni un cuarto del camino. Se cansaron y ahí se quedaron. Si debes cumplir con los protocolos, ¡pues súbele, güey!”.
Mario no escatima en críticas hacia la poca atención que las autoridades prestan luego de encontrar osamentas. “En una búsqueda, el antropólogo se tardó dos horas en exhumar dos fosas. Les dije a mis compañeros: ‘No, esto es imposible. Debería hacerse un trabajo muy minucioso’. Al acabar, regresamos al lugar y encontramos como 80 huesos, una mano que todavía tenía piel y un anillo. No mames, eso es un mal trabajo. Los protocolos existen en libros, pero no son aplicados”. Al cuestionarle por qué considera que no se siguen los lineamientos, responde tajante: “Porque las autoridades no tienen ética profesional, porque no son sus familiares, porque les vale madre el trabajo, porque se sienten intocables. Yo he enfrentado a los agentes del Ministerio Público. En el paraje de La Laguna exhumaron cuerpos y luego de que acabaron apareció en el lodo una vertebra. Lo señalé al agente y se dio una encabronada tremenda, dijo que estábamos enterrando evidencia. Nos culpan de su mal trabajo”.
Este tipo de experiencias se han presentado de manera constante. “He caminado con muchos peritos de los gobiernos de varios estados. Ellos son muy buenos para lo que estudiaron, pero no para buscar. Yo digo que los protocolos están hechos por gente que nunca salió de su oficina. Hace tiempo me invitaron a hacer una búsqueda, me contrataron. Llegamos al lugar y encontramos huesos de mano. Hablamos con la antropóloga y dijo: ‘Vamos a buscar de este punto para allá; esa zona no está en el espacio contemplado. No podemos levantarlo ni hacer nada. Ahí déjenlo’. Si ellos son quienes van a buscar a nuestros familiares, nunca los vamos a encontrar”.
Mario enfatiza que ha aprendido que un aspecto fundamental en la búsqueda de fosas es la seguridad. “Hay madres que dicen: ‘Primero muertas que dejar de buscar’. Yo les digo: ‘Si estás muerta, nadie va a buscar’. Recuerdo que, hace tiempo, nos decían que subiéramos a un cerro para encontrar fosas. Avisamos al gobierno y dijeron que esa zona estaba caliente. No mames, si el gobierno, que tiene todo el poder, nos dice que a esa zona no se puede entrar, ¿entonces quién va a buscar a nuestros familiares? Lo primero que las familias deben hacer es conseguir información, pero también ver si hay condiciones para salir a buscar”.

Imagen: Facebook Mario Vergara
En 2019, mientras Mario acompañaba a colectivos de Sinaloa para una búsqueda, las familias locales le dijeron que debían abandonar el lugar inmediatamente. “Nos cayó un gusanito de siete unidades, con cuatro a cinco personas armadas en cada una. Nos dieron permiso de salir, pero a otras familias las encañonaron. Después de más de una hora, una señora llegó temblando sin parar. La compañera cada vez temblaba más y se desmayó; pudo haber muerto. Había gente llorando. Hacer búsquedas está cabrón. Ya después nos enteramos de que los malos les habían dado permiso de buscar hasta cierta hora porque en la tarde y noche hacen anfetaminas ahí. Se nos hizo tarde, no habíamos acabado de sacar los cuerpos…”.
En consideración de esta experiencia, pregunté a Mario si participaría en la quinta brigada nacional, que se realizaría un mes después en Veracruz. No tardó en dar una respuesta positiva. “La brigada tiene respaldo del gobierno y tiene seguridad, pero sólo vamos a calentar las plazas y al final dejamos a las familias indefensas. Ya lo viví en mi pueblo. Conozco a los malos, pero conocerlos no te garantiza que no te vayan a hacer daño. Desenterré a un muchacho que llevaba once días de enterrado, se enojaron y me dijeron: Sse encabronó el jefe, salte porque te van a chingar’. Pero vamos a apoyar. Hemos estado en las demás brigadas. Además, varias familias fueron a la cuarta brigada en mi pueblo a apoyar y esto es recíproco”.
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Mario cuenta que él y más familiares tuvieron problemas con integrantes de Los Otros Desaparecidos, por lo que formó otro colectivo al que nombró Los Otros Buscadores, “para conservar algo de la esencia” de su primer grupo, que influyó para que otros familiares decidieran salir a buscar. “Cuando empezamos con Los Otros Desaparecidos de Iguala, comencé a formar una bolita de nieve que con el paso de los años se hizo una bolota. Las familias de ahora son afortunadas. Tienen la experiencia de quienes hemos pasado por todo esto. Tienen la experiencia de Guerrero, Coahuila, Sinaloa, de todas partes”.
Si bien hay incontables registros visuales de su trabajo con huesos y osamentas, Mario dice que le “costó mucho trabajo agarrar un cráneo”. Tras comentar esto, sus ojos se llenan de lágrimas y su voz se vuelve entrecortada. “Tengo el video en la cueva de Tlaxmalac, Guerrero. Agarré el cráneo, lo acaricié. Ahora agarro los huesos sin miedo. Son nuestros familiares. He llegado a hablarles: ‘No tengas miedo, ya estamos aquí. No somos de los malos, te vamos a ayudar a buscar a tu familia’. Las familias nos critican por tomarnos fotos con los huesos, pero debemos tener ese registro”.
Aunque su dura crítica al actuar de las autoridades se mantiene, Mario reconoce que ha recibido el pago de viáticos por parte del gobierno para ir a hacer búsquedas y compartir su experiencia con otras familias. Sin embargo, considera que “hay víctimas que se han vendido al gobierno y ahora trabajan en las comisiones estatales de búsqueda. Me preguntan por qué no entro a trabajar con el gobierno. Porque me voy a poner un cañón de pistola en la boca y no me van a dejar hacer lo que yo hago”. Además, reitera que él conoce las tantas mentiras del gobierno y señala el caso de la titular de una comisión estatal de búsqueda que “era agente del Ministerio Público cuando estábamos haciendo búsquedas en Iguala. Un día subió su CV a internet y puso: ‘Encontré más de 150 cuerpos’. No mames, no. Los encontrábamos nosotros”.
En cualquier caso, los agentes de gobierno son sólo un grupo de actores con los que Mario debe interactuar para realizar su labor. El otro grupo fundamental se compone de personas directamente relacionadas con el crimen organizado. “Estamos viviendo una vida de locos. Ahora rezamos para que a la gente mala que ha enterrado gente no le pase nada. Porque el día que les pase algo, se va a perder toda la información”.

Imagen: Facebook Mario Vergara
Desde meses antes de la entrevista, Mario había estado recibiendo información de un ex sicario que tuvo que huir de Sinaloa a Baja California. “El muchacho nos comentó que enterraron con máquina de 500 a 700 cuerpos y ya ha dado información de como 100 cuerpos. Todo lo que nos ha dicho ha sido verdad: ‘En tal lugar van a encontrar. El de arriba tiene una bolsa negra, el de abajo está en un costal’. Todo es verdad”. La información de este joven hizo a Mario cancelar visitas a Sinaloa y Baja California durante 2019 porque aseguró que tenían “ubicados” a él y a Miguel Trujillo.
“A este cuate nosotros le dimos dinero para su boleto de avión a Tijuana y le poníamos recarga a su teléfono. Ahora tenemos que cuidarlos porque son quienes tienen información. Nosotros tenemos tratos con los malos a veces y no decimos quién nos dio la información, aunque sabemos todo lo que hizo. Escuchar todo eso y aguantarte todo el coraje… es la única manera, pero hay gente que no lo entiende. Con todo, Mario recalca en que él busca cuerpos, no culpables. “Cuando subí a la cueva, pasó un año para que volviera a subir. Ese día llegaron a decirme que el jefe pedía no calentar la plaza; que, si quería muertos, él me los daba. Respondí que yo no buscaba quién lo hizo, que sólo nos dijeran dónde estaban. Hemos aprendido a encontrar información, a ganarnos la confianza de la gente que hizo eso. Mucha gente me critica, pero no sé… ponte del lado de nosotros. Estamos viviendo tiempos de locos”. Así, aunque las críticas hacia esta parte de sus acciones son constantes, Mario insiste en la importancia de hacerlo porque “los huesos traen vida. Quienes no hemos encontrado a nuestros familiares tenemos una cara alargada, triste. Las familias que ya recibieron un hueso tienen otra cara. Con el paso del tiempo, cuando tienes un desaparecido, dices: ‘Aunque sea que me entreguen un hueso para saber qué pasó con él’. Pero para las personas que les acaba de pasar esto, sería horrible. No nos queda otra opción más que enterrar lo que nos den, incluso si es un diente. Tenemos que prepararnos. ¿Pero cómo vas a convencer a la gente?”.
Además, Mario enfrenta la dificultad de explicar todo a su hija y a su sobrino, cuyas edades siguen siendo muy cortas. “Un día iba caminando, cargando a mi sobrino. Pasamos por un terreno baldío y me dijo: ‘Tío, aquí se ve como un campamento porque hay mucha basura. ¿Va a querer que vengamos a revisar?’. Los psicólogos nos dicen que tengamos cuidado, que no hablemos de estos temas delante de nuestros hijos, pero él tenía seis meses cuando desapareció su tío. Nos ha visto llorar, nos ha escuchado hablar de esto. Otro día veníamos caminando y me preguntó si ya habían encontrado a su tío porque su mamá había enviado una foto de huesos y estaba seguro de que eran de su tío”.
Mario lamenta que lo “está dejando loco esta lucha. Todos los días estoy pensando qué más voy a hacer para encontrar a mi hermano. He dejado de ver a mi mamá y a mi niña. ¿Cómo hago el balance? Llevo meses sin ver a mi sobrino. La desaparición no es nada más del desaparecido. Ayer detecté que llevaba meses de que cualquier cosa me hacía llorar. Todo esto me está haciendo mucho daño. Se me va el sueño, a veces tengo la piel amarilla”.
Junto con las dificultades que enfrenta en su vida personal por su labor como buscador, Mario identifica algunas complicaciones en el trabajo de los colectivos. “Los egos nos están ganando. Yo decía cuántos cuerpos encontrados llevábamos, pero ahora ya no lo digo. Se están dando competencias: quienes encuentren más son más fregones. Y no es cierto. Si tú encuentras uno, es uno que nadie había encontrado, así que eres igual de chingón que quien ha encontrado 50 o 100. Siempre reclamamos que el gobierno maneja números, pero también nosotros hemos manejado números. Hice un chat de buscadores para compartir las experiencias, pero nadie opinó. Hay gente que piensa que vamos a quitarles su experiencia”.
Por ahora, la certeza que Mario tiene es que hace ejercicio de lunes a viernes desde las 6:00 am. “Subo y bajo las escaleras quince veces, hago 600 brincos de cuerda, hago cuatro series de 10 repeticiones con mis pesas”, dice orgulloso, contrastando su actual condición física con la de su niñez cuando quería ser Bruce Lee. Además, Mario genera ingresos distribuyendo mezcal que compra en Guerrero y lleva a Ciudad de México, donde “la gente es muy borracha para el mezcal, pero no se toman cualquier cosa”.
“Hay gente que me dice que estudie, pero yo ya tengo mi carrera. Sólo busco a mi hermano. Yo no quiero ser antropólogo ni quiero ser deportista, pero buscar a mi hermano me ha hecho aprenderme los huesos, aprender a hacer rappel para bajar a barrancos… Yo no quiero aprender todo lo que estoy aprendiendo, pero no me queda de otra”, considera.
Finalmente, Mario me muestra fotografías y videos de las múltiples experiencias que me compartió durante la entrevista y termina con la reproducción de una nota de voz que recibió un día antes. En ella, una mujer le agradece por haber apoyado su búsqueda. Llorando y sonriendo simultáneamente, Mario concluye: “A veces me duele el cuerpo, a veces no tengo ganas, pero cuando estoy en el cerro digo: Sí, vale la pena”.
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Gracias por cada momento de tu trabajo y de tu solidaridad, Mario. Como país, siempre tendremos contigo una deuda imposible de pagar. Como dice Letty Hidalgo —quien busca a su hijo, Roy Rivera Hidalgo—: Mario, tú nunca morirás.
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